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l `84 no quería pasar a retiro sin antes tener su propia fiestita de Navidad, y la verdad que se lo tenía bien merecido por haber sido un año tan fuerte. Su velocidad, la voluntad de cambio que fue imponiendo con el correr de los días, ciertos espacios de lucha en pos de recuperar tanto tiempo perdido, y fundamentalmente, la lenta agonía de esa dictadura de mierda que ahogó años y gente y que comenzaba a alejarse. Todo eso lo dotó de un peso propio dentro de en un extraño envase de 365 días. Eran épocas para alimentar regresos, para despertar sueños, y hasta para planificar la revancha tan ansiada porque había mucho por saldar, por aquellos que nosotros quisimos o respetamos y que todavía seguían ocultos, quizá para siempre. Pero esto no debía quedar así porque había culpables y responsables esperando por castigos y condenas.
Por ese entonces yo estaba en pareja con Claudia, con ella a veces convivíamos y a veces no, eso se determinaba de acuerdo a la luna. En marzo del `85 ella debía volver a San Pablo para hacerse cargo de una de las empresas del padre, y como su permanencia allá seguramente le llevaría varios meses no quedaba a la vista otra solución que un divorcio racional, simplemente ese fue el juego que se dio. Además mis planes para el nuevo año eran muy diferentes. Tenía buenos contactos como para ir a tocar en muchas ciudades del interior y no podía dejar pasar semejante oportunidad. Por otro lado estaba encaminado el proyecto de hacer un nuevo disco, con todo lo que esto representa: producción, dinero, músicos, arreglos, ensayos, etc. De manera que el nuestro era un divorcio feliz, no estaba ese componente trágico y enfermo que suele acompañar a este tipo de resoluciones. No, acá se hablaba de planes concretos, de deseos a consumar en forma individual, y entonces todo pasaba por otro filtro.
Con todos estos ingredientes a la vista nuestras fiestas de fin de año no iban a ser otra cosa que la celebración de un divorcio de puntos suspensivos.
Lejos de todos y al borde de nosotros nos fuimos organizando. Por el lado de Claudia era sencillo. Su madre, que vivía en Buenos Aires, estaba acostumbrada a quedarse sin Claudia unos meses, aunque ahora se agregaba un detalle jugoso: tenía un nuevo marido, y eso la ocupaba bastante luego de largos años de sequía. Mi caso requería de un tratamiento diplomático, en otras palabras, de mentiras piadosas para con mis viejos. Si con un buen verso todos quedábamos felices, ¿para qué complicar?
Desde la mañana del día de Nochebuena salimos a la calle decididos a hacer acopio, recorrimos almacenes del barrio, fruterías, una granja y un par de supermercados choreanos. Compramos suficiente vino, sidra, ananá fizz, frutas, turrones de maní, pan dulce de Los Dos Chinos, bien bacán, y demás elementos para la ocasión. Claudia adornó la casa a la brasileña, bah, en realidad esto es algo que se me ocurre a mí a manera de explicación, dado la sorpresa que tuve al llegar a casa y encontrarme con el living adornado con guirnaldas, luces de colores, el arbolito al taco, figuras hechas con papel que colgaban de donde podían y frutas de todos los colores, como se darán cuenta este tipo de ornamentación no es nada argenta. Entendí todo mejor cuando ella me explicó que al final de cuentas se trataba de festejar ni más ni menos que un cumpleaños.
Cuatro sahumerios, uno en cada punto cardinal, aromatizaban el comedor obligando a mosquitos blasfemos a realizar hábiles aterrizajes forzosos. Las moscas, más suspicaces, espiaban de reojo desde el otro lado de la ventana mientras hacían vuelos en círculos a manera de reconocimiento. Seguramente las acomplejadas cucarachas del barrio se encontraban agazapadas bajo el cordón esperando por la oscuridad. Las ratas, para no ser menos que los humanos, tendrían su propia fiesta masiva y a precios populares a tres cuadras de allí, en la zanja que va bordeando las vías del ferrocarril San Martín abarrotada de residuos porque ya se notaba la ausencia de los basureros.
Perros y gatos, cristianizados desde hace tiempo junto con los indios, iban acomodándose en sus respectivas mesas mientras se contaban recelos familiares. El gran banquete natural estaba servido y los invitados soltaban, poco a poco, alegrías, gestos melancólicos, recuerdos infantiles y hasta cierta adrenalina navideña. Con semejante cuadro zoológico ante nuestros ojos que nadie vaya a dudar de las reservas ecológicas de mi Buenos Aires querido.
En la cocina estaba la estrella principal de la velada: un pollo a la caipirinha que Claudia venía adobando desde la noche anterior. Se había tomado con mucha responsabilidad, y no es para menos, el hecho de cocinar en un día así.
Tanto como para dejar bien sentada mi condición de porteño no tuve mejor idea, y a manera de carta de presentación, que preparar una picada de aquellas, con todos los chiches y su respectivo vermouth, incluida una tabla de quesos y hasta jamoncito serrano español que compré en un lugar reconcheto de la avenida Callao. Cuando el reloj de la cocina decía que eran las diez y cinco sonó el teléfono:
- ¿Atiendo?- Claudia dudó.
- No, dejá… - Respondí indiferente y seguí cortando el jamón.
- Bueno, puede ser alguien que quiera saludarte… o tenés miedo que sean tus viejos…
- No, no son vigilantes.
- Bueno, no seamos paranoicos, seguro que es para saludarnos.
Del otro lado del teléfono la voz de Mariana entraba en escena. Mariana era amiga de Claudia desde hacía bastante tiempo, se conocieron en Bahía y hasta compartieron una casa durante varios meses. Ahora residía en Los Angeles y llegaba a Buenos Aires para pasar las fiestas. Ni bien pisó Ezeiza movió cielo y tierra hasta que averiguó el paradero de Claudia.
- Dice que llegó anoche y que tiene muchas ganas de verme... ah, está con un chabón, ¿les puedo decir que se vengan para acá? – Susurró mientras cubría el teléfono.
- Y, sí… está todo bien. - Me conformé de inmediato.
Arreglaron el encuentro mientras Claudia le explicaba con precisión de taxista la forma de llegar. Automáticamente el estado anímico de Claudia se dedicó a pintar lo poco que aun le restaba colorear. Se fue rumbo a la cocina cantando una bossa desconocida para mí, la manera extremadamente sensual con que lo hizo produjo la primer erección de la noche.
- ¿Te acordás de Mariana, no?
- Sí, la rubia antropóloga…
- … yo soy tan ingenua… mirá si justo vos te vas a olvidar de una minina que está fuertísima.
- Y bueno, che, es mi trabajo…
- Dice que alucinó cuando llegó, que ve a Buenos Aires muy cambiada, pocos canas, sin milicos... mucha gente por todas partes, anduvo por varios lugares y todavía no la paró la policía...
- ¿Y que pasó? ¿encontró un espécimen raro y lo trae para investigarlo? - Pregunté en tono escéptico.
- ¡No seas guacho! me dijo que lo conoció en un boliche, que es músico y tiene una banda. Le pareció muy loco porque le contó que es italiano, que vivió en Inglaterra, pero a pesar de todo eso a ella le parece reargentino, ¿raro no?
- Por ahí el chabón está solo, vio la oportunidad, y le salió con un verso…
- No, debe ser así… porque el tipo tiene un acento medio extraño, según ella.
- Y, bueh…
- Bueno, pero igual yo te quiero agradecer que te hayas copado con que venga Mariana… que no lo sientas como una invasión, mi minino porteñito…- Dijo mientras se colgaba de mi cuello a puro beso.
Mi respuesta fue un silencio cómplice que tironeaba de una sonrisa cuasi afectiva, pero no pude evitar que el cuerpo no me acompañe en la patriada y emita, por cuenta propia, un mensaje indiferente y con cierto desdén que sonó a compromiso tácito con el machismo.
La pirotecnia navideña comenzaba a dar las doce antes de hora quebrando el aire caluroso del barrio agitado, y pareció que esas explosiones despertaban al bolsón de los recuerdos. Entonces aparecieron en mi memoria aquellas noches de cuando éramos pendejos, cuando recorríamos las dos cuadras que representaban nuestro barrio metiéndonos casa por casa. Ibamos recolectando amigos, chanzas familiares, chistes con doble sentido que aun no podíamos decodificar pero algo intuíamos, o pedazos de pan dulce a los que le sacábamos las horribles pasas de uva, ante el rechazo de todos los mayores. En las casas de los turcos nos devorábamos el jalbá, un postre riquísimo que viene a ser el mantecol árabe. Entre una visita y otra hacíamos estallar nuestro propio arsenal compuesto por triangulitos, petardos, miguelitos, cañitas voladoras, rompe portones y fósforos cohetes. Para los buscapiés teníamos un rito especial: le hacíamos una ronda entre todos antes de encenderlo, organizando algo así como una ruleta rusa para zapatillas.
La melancolía apostada en una de sus naves amenazaba con un sitio prolongado, conociendo el tipo de situación decidí rumbear para otro lado así que me fui para la cocina en donde la cheff marcaba de cerca al pollo a la caipirinha. Me encomendé a una virgen fiada para que la melancolía navideña no pasara por mi cabeza.
Cuando se agachó para ver dentro del horno se me ocurrió hacerle un chiste, una boludez, pero preferí callar. Tenía que ver con el hecho de que cocinaba un pollo y al agacharse mostraba un pavito impresionante, pero bueno, dejé la grasada porteña para otro momento, aunque reconozco que la pensé.
Exactamente a las once menos cuarto sonó el portero eléctrico. Claudia y Mariana prolongaron el abrazo desde el recuerdo hasta la esperanza, con palabras de filetes y arabescos, en blanco y rojo como aquellos vistos en la retaguardia de algún furgón urbano. Con el chabón nos quedamos mirándolas porque tenían el eje del asunto.
- Flenin… Mariana y Luca… - Claudia nos presentó con un gesto simpatiquísimo.
- ¿Qué hacés, loca? ¡se te ve bárbara…! (qué buena que está, le crecieron las tetas) - te cortaste el pelo y te hace más pendex… - Ella lo festejó - a vos te conozco. - Dije sonriéndole al tipo.
- ¿Así? - Pareció no creerme.
- Del café Einstein, te vi con la banda… (este es del palo, sí, si tiene baranda a fumo impresionante) - El pelado asintió con sorpresa y fue creíble.
Las dos mujeres estaban más que eufóricas, se flasheaban entre ellas, hablaban fuerte y al mismo tiempo en una especie de lunfardo brasileño cerradísimo. Enseguida fueron a la cocina con su escandalosa lozanía y allí mezclaron ruidos de vajillas con risas y gritos. El eco de los apretones llegaba hasta nosotros, que nos íbamos acomodando en el living.
Luca se levantó al enterarse de la existencia de mi biblioteca colmada de cassettes. Se arrimó e inmediatamente se puso a rastrear, se lo veía muy interesado mientras hacía gestos con la cabeza ante algunos intérpretes.
- Sos abierto, según veo, acá tenés de todo, man… pero en especial música inglesa… y… rock de acá… tango, ah, música oriental, pero veo que hay pocas cosas yankees… Miraba todas las pilas de cassettes sin perder detalle alguno.
- Sí, como verás me copan mucho los ingleses, y el rock de acá siempre me pareció impresionante, para mi gusto después del rock inglés y del yankee viene el rock argento, hace 20 años que la venimos rompiendo…
- Hay cosas buenas, sí… - No fue muy convincente.
- De los norteamericanos me caben los bluseros y varios músicos de jazz, lo demás me aburre bastante. En general las bandas de rock no me gustan, y las de pop me parecen una cagada. Lo que pasa es que tienen mucha guita y entonces hacen cosas ampulosas, con mucho show, sonido poderoso, pero en el fondo mucho no me convence, deben tener poco para decir, y claro... como tienen todo solucionado. Pero el jazz me cabe, estudié siete años en una escuela de jazz, así que imaginate…
- En parte tenés razón, el pop de ellos es muy careta, pasa que van a la guita…
- Vos sabés que con el cine de ellos me pasa lo mismo, resulta que la producción y los efectos son terribles, pero la trama y el guión no existen, no mandan ninguna, no me parecen creativos… creo que los tipos capos que tienen no son muy yankees que digamos, más bien son hijos de inmigrantes como Scorcese, Coppola, o el ruso Woody Allen… - Le conté mi teoría.
- A mí me gustan los grupos americanos viejos, tipo The Doors, que eran increíbles, Jim Morrison la tenía muy clara… le abrió la cabeza a mucha gente.
- Sí, el tipo era un poeta… pero el grupo en si, no sé… creo que no aportaron mucho, pasa que el chabón era un fenómeno, y como se murió en pleno apogeo entonces se armó toda esa cosa necrológica… ya sabés… (ahora me acuerdo, este chabón canta en la onda Morrison, tiene una voz así... grave)
- Me parece que vos estás mal copado con la política yankee, por ahí es el prejuicio latinoamericano, y te la agarrás con los músicos...
- Y, puede ser, pero siendo un país tan grande, con tanta gente, si te fijás la proporción hay poco talento, loco, fijate que en el rock, que lo inventaron ellos, los ingleses les rompieron bien el orto, además no te olvidés que el ídolo de ellos es Elvis, que era un milico de mierda, loco, un careta que coleccionaba armas... ¿cuál es?
Mientras me escuchaba con atención tomó un cassette de Bob Marley, lo puso y contó:
- En Inglaterra se escucha mucho reggae, mucho Marley, por allá pegó muy fuerte todo eso, es que las letras son alucinantes, Marley era un filósofo, un crítico social.
- Acá recién ahora se largaron un par de bandas, bueno, cuando los vi a ustedes me llamó la atención que sonaran tipo Marley… acá las pocas bandas que curten esa tocan más onda The Police.
- Sí, posta que es así. Yo al reggae lo mamé allá. En Inglaterra llegan muchos negros que trabajan en los barcos, bajan y se ponen a tocar en los bares temas que no conoce nadie, pero matan. Hay bandas negras en las zonas del puerto que rompen todo, les patearon el culo a un montón de caretas ingleses… bueno, después de todo no te olvides que siempre fueron los negros los que trajeron las buenas nuevas, del Blues para acá, siempre fue así… además, el inglés es un chabón al que le cabe bailar, hay un toco de clubes de negros en donde se baila mucho, se toma mucho...
- ¿Cómo se llaman esos tipos que curten reggae?- Pregunté por no mandarme una burrada.
- ¿Vos decís los rastas?
- ¡Esa! - Afirmé - ¿curten toda una onda religiosa, no?
- Sí, les cabió esa, pero son unos pelotudos…dicen que quieren volver a la tierra prometida, que según ellos queda en Etiopía.
- ¿Justo ahí qué están como el culo?
- Eso no es todo: tienen por líder a un chabón llamado Haile Selasie, no sé si lo tenés… que es un fascista de aquellos, un Mussolini de cuarta, un hijo de puta que mató un toco de gente, si los rastas se mandan para allá los va a hacer cagar de hambre... y en cuanto enciendan el primer porro les manda toda la policía.
- Yo no entiendo ese tipo de confusiones. Acá ocurre lo mismo con los punkitos, andan con la svástica colgando y después te vienen con sexo, drogas y rock and roll… y yo ya no sé si la gente es boluda o se hace… ¿sabés qué pasa, dolape? este es un país en donde los nazis estuvieron ocho años bardeando mal, loco, y ojo que siempre anduvieron dando vueltas por ahí, y mientras tanto el rock and roll brilló por su ausencia, la yuta pudría todos los recitales, las drogas se las tomaban ellos, y si hubo sexo es porque nos cogieron a todos, y mal… ¿cómo no voy a estar rayado con los punkitos?
- Y en Europa también, man. Es que toda esa cosa que arman alrededor de un tipo o un símbolo es una boludez, como cualquier religión… ¡fack you!
- Ahora, hay algo que no entiendo, si sos tano y viviste en Inglaterra, en Escocia, como contaste hace un rato ¿qué hacés acá, loco? hay un toco de gente que daría cualquier cosa con tal de irse para allá y a vos se te ocurre hacer lo contrario...
- Es una historia larga, pero mirá, te la hago cortita, me vine para acá porque si no me moría, man, rajé de la heroína... mi hermana y un amigo murieron por ella, yo estuve en coma hepático, hecho mierda, la posta es que me salvé de culo... tengo un amigo, que conocí en el colegio de Escocia, que es de Córdoba y vive en medio de las sierras, el loco me mandaba fotos de él con su mujer, sus pendejos y yo aluciné al ver todo eso mientras yo estaba en plena heroína, para colmo un psiquiatra me había comentado que en Argentina había locura, rock and roll, merca, fumo, pero heroína no, y me metió máquina, yo ya estaba jugado, si me quedaba allá iba a terminar tirado en un callejón, ya estaba en el paraíso, en la angustia, y de ahí sólo se sale muerto, man, por eso me escapé...
- Y sí, eso que te dijeron es posta, acá hay un toco de cosas pero heroína, que yo sepa, no, y si pinta la van a mover a muchísima guita, mirá, pensá que hasta hace poco la merca era carísima y se la tomaban los conchetos, nadie más, yo tomé una vez, en la época de la dictadura y porque conocimos un tipo que vendía entre chabones profesionales y a un precio inaccesible, pero nadie tenía ni un papel, ni en pedo...
- Tienen suerte que no pinten las drogas fuertes... allá se está palmando mucha gente.
- Y bueno, acá vas a vivir más tiempo, loco, por fumo no se muere nadie... aprovechá.
- Sí, man, pero me la paso chupando ginebra, me estoy haciendo mierda con la ginebra y no puedo parar...
- No seas boludo porque estás haciendo un curso de cirrosis...
Pronunciaba la erre de una forma que me causaba mucha gracia, eso lo deschavaba como extranjero, aunque era compilcado establecer su origen. Lo sorprendente era el extraordinario manejo que tenía del idioma porteño, del lunfardo rockero, incluso hablaba por medio de imágenes, algo muy típico de acá. Acompañaba todo con una gama de gestos bien italianos, moviendo las manos permanentemente, creo que el tipo era una síntesis.
Aparecieron las chicas cantando en portugués un samba conocido, y no les puedo explicar la cara que puso el pelado al verlas mover las caderas como la mejor puta de carnaval. Claudia me tenía acostumbrado a ese tipo de shock, por eso lo mío fue algo más decente, sólo por eso.
Depositaron en el centro de la mesa el cadáver de un pollo acomodado prolijamente en su ataúd de pírex. Rodeaban al difunto unas papas noisete vestidas a la crema para la ocasión. Ni bien sonó el silbato cada uno de nosotros se dedicó a conjugar en todos los modos y de memoria el verbo banquetear. Les puedo asegurar, y a pesar del tiempo que ha transcurrido desde aquella noche, que aun puedo recordar el impacto que causó ese pollo emborrachado en mi modesto paladar villacrespense. Si hasta la pechuga, mi parte predilecta, gozaba de una humedad desconocida que la hacía exquisita, obligaba a masticar con la lentitud de un monje tibetano, porque daba toda la sensación que sólo a esa velocidad uno podría aprehender su nuevo sabor.
Por los parlantes de mi equipo de audio Los Beatles no se cansaban de repetirme una y otra vez: “she loves to yeah, yeah, yeah…”, los muchachos de Liverpool no quisieron estar ausentes a la hora de los buenos deseos.
- Sie liebt dich, yeah, yeah, yeah… - Cantaba el pelado y nadie entendió un carajo, nos explicó que eso era alemán. Al toque recordé que Los Beatles habían grabado una versión de ese tema en alemán, lo tenía por ahí en un disco pirata.
Luca se anotó un poroto trayendo un par de botellas de vino patero que le había mandado un amigo desde Córdoba y que fueron desvirgadas de inmediato. Tenían una extraña virtud, muy buscada para estas fiestas, luego del segundo vaso ingerido uno pasaba a resucitar en el pecho algunos de sus recuerdos más nobles.
Desde afuera nos llegaban risas en todos los tonos y volúmenes, desde el departamento de arriba, desde el conventillo de enfrente, o de pibes que ya empezaban a copar la vereda. Una euforia poco cristiana se adueñaba de Villa Crespo. Seguramente el barrio hacía su propia interpretación del tema dotando a sus habitantes de una confusión sincera que sólo a través de los años, y alejados de la presión familiar, podemos comprender.
Más de uno, a esa altura del partido, estaba de la cabeza esperando que den las doce gracias a los servicios de los dealer`s que habían trabajado a destajo durante toda la tarde. Mientras tanto nosotros le dábamos duro y parejo al pollo, a las papas fritas y a una verdadera ensalada brasileña que combinaba desprejuiciadamente frutas y verduras.
Miré el reloj y constaté que faltaban sólo unos minutos para la hora indicada, enseguida supe que cuando las campanas de la parroquia de la avenida Dorrego anuncien las doce todavía estaríamos cenando, pero ningún viejo vendría a retarnos, así que seguí masticando y sin culpa.
Me acordé de mis viejos, que son ateos y no me dieron ningún tipo de formación religiosa, pero por costumbre se unían al rito. De tantas noches de Navidad que pasamos los tres solos por tener una familia de mierda con la cual no podíamos contar ni siquiera para caretear las fiestas. Es que cuando yo era chico atravesábamos una difícil situación económica que nos llevó a vivir en un corralón, esto averngonzó a varios familiares que no querían reconocer que algunos de sus parientes se habían caído a la lona. Lo que nunca se les pasó por la cabeza fue venir y ofrecernos una ayuda, o al menos comprensión, si al final de cuentas ellos también venían de cuadros similares, simplemente que lo nuestro se resolvió más lentamente. La opción que eligieron fue no verlo para creer que no sucedía, algo muy argento. Por tal motivo a la hora del brindis nos quedábamos en silencio para escuchar las voces que venían de la casa de al lado, para reírnos de sus chistes e inflarnos de euforia al oírlos cantar: “ya se la tomó, ya se la tomó, y ahora le toca al vecino… tómese otra copa otra copa de vino…” y los tres alzábamos las copas, pero en las miradas nos advertíamos que estábamos solos, sí, pero no dependíamos de alegrías ajenas. Después de las doce los tres salíamos a la calle, la mayoría de los vecinos hacían lo mismo y allí todo parecía mezclarse entre pirotecnia, alcohol y pan dulces caseros. Mi viejo se juntaba con un par de atorrantes como él, padres de mis amigos, y le daban duro al vino, hasta que las madres venían a llevarlos. Era muy cómico ver a mi vieja tratando de arrastrar a mi viejo por el pasillo, mientras éste cantaba algún tango a voz en cuello, mi vieja intentaba convencerlo en voz baja de que se acueste a dormir la mona, pero él insistía con querer cantar y en el baño, porque allí había más acústica.
¡Paf! algo estalló en mi cabeza. Una energía cargada de melancolía de la más pura cepa, esa misma que venía rodeándome la manzana desde hacía varios minutos. Comencé a oír voces desconocidas, traté de individualizar aunque sea alguna entre todas ellas, pero el esfuerzo fue inútil. Tampoco pude identificar lo que decían por que todo era muy confuso. Se notaba, eso sí, una gran carga de agresividad, como si me retaran por una serie de errores graves, por ahí con mucho esfuerzo entendí que cada tanto pronunciaban mi nombre y la palabra no. Ese coro estaba integrado por voces masculinas y femeninas y en general sus tonos eran graves, no fue algo novedoso pues ya me había sucedido en otras oportunidades pero lo que llamaba la atención es que esta nueva aparición era bastante más belicosa.
El miedo comenzó a hacer de las suyas arrancándome, primero, de la mesa, para luego llevarme a los empujones hacia el baño. Escuchaba a Mariana, a Luca y a Claudia hablar fuerte, como cuando uno deletrea cada palabra con el afán de darles mayor dureza a cada una de ellas. Comencé a desconfiar de mis invitados, de la forma en que manejaban sus expresiones, porque me pareció que lo que mostraban sin tapujos era su propio resentimiento y no esa alegría que teníamos en un principio. Lanzaban risotadas salvajes que comenzaron a dolerme en las orejas. Cuando abrí apenas la puerta del baño para espiarlos constaté algo que me puso a las puertas de la desesperación: los tres tenían mi cara, o al menos se habían puesto de acuerdo en utilizar la misma máscara, que por supuesto llevaba dibujada mi cara. Hice un racconto de mis últimas horas llegando a la conclusión de que no había consumido más que marihuana y alcohol, de manera que no era todo esto el producto de un mal flash, no, acá había otra cosa que en ese momento no pude comprender, o al menos si tomé algo poderoso lo hice de forma inconsciente, más de una vez descubrí un ácido en algún lugar sorprendente de mi casa y por ahí me mandé uno sin saberlo. Recuerdo haber pensado en un momento, como tantas veces, que a lo mejor ya estaba así, en estado de locura intermitente, en una de esas no consumía nada pero sin embargo me comía algún que otro flash de tipo residual, no sé, eran instantes de confusión seria.
Caían pensamientos como lo hacen las estrellas fugaces, es decir, no podía saber el lugar exacto de la caída y era inútil correrse hasta allí. Mi centro emocional se hizo cargo de todas las interpretaciones, cada una con su respectivo ardor; cada pestañeo era una diapositiva mostrando momentos vividos que se abrochaban sin coherencia de tiempo ni lugar. Vi mi rostro en el espejo del botiquín y no era el habitual, fue como verlo en su verdadero tiempo cronológico, con todas esas marcas que les puedo asegurar que me sorprendieron. Pero ojo que hablo de marcas, no de arrugas, la piel había sido salvajemente tajeada por alguna gillette que nunca vi y menos sentí. Estaba apoyado sigilosamente sobre una ventana clausurada y desde ella podía ver mis movimientos faciales, ellos eran lentos y de poca variación. Comencé a recordarme a mí mismo, como si fuera conectando cada cable en su lugar y se encendiera la luz correspondiente, esta fue la impresión que tuve. La tensión de los músculos fue aquietándose, logrando de esta manera una postura de movimiento detenido. Las imágenes que iban apareciendo eran relajadas y en ellas se me veía concentrado mirando hacia un lugar determinado. Yo nunca antes había tenido un ensayo de este tipo con el tiempo. La sensación que yo tenía era la de una pequeña eternidad, como si fuera transitando por el sueño y me detuviera en cada mojón a reflexionar. Esto fue más que suficiente para darme cuenta que el instante había pasado, ya había mostrado lo que necesitaba ver, fue el momento de pensar: “lo asimilado, asimilado está; y lo que no ya se entenderá”.
Salí del baño sin saber si el tiempo transcurrido había sido de cinco minutos o de cuatro horas, indudablemente ocurrió lo primero porque nadie pidió ninguna explicación por la tardanza.
Adaptado nuevamente al entorno volví a mi lugar y tomé asiento. Luca ya tenía entre sus manos una de mis guitarras, la acústica, y con un rasgueo extraño se puso a cantar un reggae. Contó que formaba parte del repertorio de la banda y que lo llamaban “No acabes”, lo cual produjo una carcajada generalizada.
Le comenté que me sorprendió su forma de rasguear, que me parecía sugestiva porque iba dibujando huecos que incitaban a marcar el ritmo, de esa forma lograba que nuestros hombros se fueran hacia atrás y luego volviesen con un baile tan festivo como agreta. El tema me pareció de puta madre.
El cielo de Villa Crespo se iluminaba por enésima vez a puro fuego de artificio, creo que las explosiones dialogaban entre sí y hasta armaban allá arriba una joda propia. Algunos perros del vecindario estaban con un trabajo bárbaro ladrando a más no poder, otros se llevaban su propia cobardía e instalaban su buffet de campaña debajo de una mesa o de alguna cama deshabitada.
Escuché atentamente lo que estábamos hablando y en los cuatro se notaba todo un bagaje de conceptos, preconceptos, escepticismo, contradogmas o cierto tipo de fe en estado vegetativo al momento de desarrollar el tema de la Navidad, pero de cualquier manera comulgamos en algo: esta era la fiesta de cumpleaños de un loco recolector de cosas copadas, de alguien que se preocupó por multiplicar la comida en la mesa de los desposeídos, que convertía el agua en vino y que les hizo un lugar a las mujeres, sean estas vírgenes o putas, y hasta ahí convengamos que está bien. No íbamos a culparlo por el mantenimiento de cancerberos inútiles, de aquellos hijos de puta que a título de purificaciones necesarias llevaron a cabo sistemáticos genocidios por confundir la dirección del paraíso con la del infierno, o de la invención de un fuertísimo somnífero llamado “teología”. Pero bueno, ese era otro tema.
- ¿Va a ser raro sacar un disco en un país lejano como este, no? digo, porque no creo que unos años atrás hubieras pensado jugar de local en Argentina… - Fui curioso.
- Mirá, uno es local donde está bien. Muchos se fueron de acá a Europa soñando vivir cosas increíbles, sin embargo yo vengo de allá escapando de la muerte. Acá encuentro gente que se toma una ginebra y se larga a cantar… y yo creo que eso es vivir al mango… lo demás… ¡fuck you!
- Sí, por ahí es así… lo que pasa que nuestro flash en otro… - Confesé con pesimismo.
Claudia se sorprendió al ver la hora, como si se hubiese dado cuenta que algo especial se le estuviera escapando, y esto le generó una sonrisa mayor que la reglamentaria, entonces se puso de pie y ante nuestra curiosidad anunció solemnemente:
- ¡Vamos a brindar! y como decía la canción de Lennon: “feliz Navidad para el rico y para el pobre; para el blanco y para el negro…”.
- Tomemos conciencia de la importancia de este brindis porque es internacional, ¿eh? acá hay un tano, una brasileña, una cordobesa y un porteño. - Clamé verborrágico.
Claudia volvió a sorprendernos al irse rápidamente hacia el dormitorio y sin ninguna explicación. Entrecerró la puerta con delicadeza y dejó escapar unos ruidos a papel que todos escuchamos porque estábamos atentos. Segundos después estaba de regreso con una caja entre sus manos. La misma se veía prolijamente envuelta en un papel rojo y en su parte superior lucía un delicado moño dorado.
- ¡Uy, miren lo que encontré en la ventana del dormitorio! ¡debe ser el regalito de Papá Noel! - Exclamó con asombro.
- ¡No me digas…! - Dije, tomándome la cabeza por la emoción.
La apoyó sobre la mesa y todos nos cruzamos las miradas. La duda duró muy poco porque algo en la sonrisa de los otros tres me confiaba que el regalo era para mí. Entonces procedí a desarmar el envoltorio. Lo hacía con sumo cuidado porque era una pena romper ese paquete. Ni bien quedó abierto apareció una caja de cartón más pequeña que me hizo pensar en una broma. De inmediato decidí continuar porque Claudia no acostumbraba a hacer cosas como de ese tipo. Al abrir la segunda caja vi que tenía pegada una tarjeta firmada por Santa Claus. La leí en voz alta: “Querido Flenin: como te imaginarás tengo toda la noche para caminar, y como llevo una gran bolsa cargada de regalos voy a tener que hacer un despliegue de energía tremendo, por ese motivo decidí quedarme con la merca, pero te dejo un toquito de faso para que se entretengan. Un abrazo. Santa Claus “.
La carcajada provocada por este Papá Noel del palo pasó a integrar la lista de las mejores explosiones de toda la noche.
Guitarra en mano le propuse a Luca recordar una canción del primer disco de Los Beatles: “¿Quieres conocer un secreto?”. El pelado pronunciaba un inglés perfecto, incluso se notaba que tenía muy bien memorizada la melodía original; lo mío, en cambio, trato de ser decoroso en un inglés villacrespense. Las partes en donde se escucha aquel archifamoso coro ”tururá” quedaron a cargo de las chicas, quienes demostraron tener muy en claro su trabajo.
Después el pelado me pidió que cante algún tango, no me hice desear y al toque salí con “Soledad”, de Gardel y Le Pera, un tema que es una verdadera maravilla, una de esas canciones por las cuales uno daría la vida a cambio de componerla. Pegado a esta canté uno que el pelado no conocía y que le partió la cabeza por el contenido de la letra: era el tango “Muchacho”, del sabio Celedonio Flores.
Como Mariana lo conocía lo fuimos cantando a dúo, la primera parte algo más susurrada, pero en el estribillo nos sentimos más seguros y salimos con esa polenta tanguera que sólo da el alcohol. Además les puedo asegurar que a pesar de la tremenda curda lo hicimos bastante afinado.
Entre el vino patero, la sidra, el champú, y el faso de Santa Claus, íbamos rumbo a una crucifixión segura, y dado el ritmo que llevábamos nadie iba a esperar nuestra posterior resurrección.
Mariana se puso de pie, tambaleó un poco pero al fin logró mantenerse, entonces tomó una botella de sidra vacía, y como si esta fuera un micrófono le apuntó a Luca y le preguntó:
- MR Prodán, ¿cómo ve este nuevo año que se inicia, con qué perspectivas lo encara?
- Yo, humildemente le diría que siento que es como dijo un amigo... un tornado arrasó a mi ciudad y a mi jardín primitivo… un tornado arrasó a tu ciudad y a tu jardín primitivo, pero no, mejor no hablar de ciertas cosas…
- Y acá, a mi derecha, tengo a un cantante y compositor criollo, que nos va a hablar sobre sus planes para el `85. ¿gaúcho Flenin, cómo ve el futuro vocé?
- ¿Sabés una cosa? el viernes pasado entré a uno de esos barsuchos del Abasto, ahí sobre la calle Jean Jaures. Me senté junto a la ventana y llamé de una al mozo, le pedí una ginebra con vodka, y ni bien se fue hacia el mostrador yo piré al baño. Cuando estoy por entrar, allá por el fondo del boliche, lo veo al Futuro sentado en una mesa, sí, al Futuro, estaba ahí, en persona, solo, morfándose un platazo de albóndigas con papas y chupando vino de la casa. Tenía en un costado un atado de Parisiennes y un diario Crónica. Me acerqué tímidamente, la verdad que con la intención de sentarme en su mesa, no sé, por ahí me habilitaba con algo y charlábamos un rato. La cuestión que haciéndome el logi me le arrimé, me agaché para tenerlo a tiro y le canté despacito esa canción pelotuda que dice: “el que come y no convida tiene una sapo en la barriga”. ¿y saben qué hizo el chabón? levantó la cabeza con fastidio, tragó, me miró con su mejor gesto de asco y me dijo: ¿por qué no te vas a la concha de tu madre, ortiva?