domingo, 23 de mayo de 2010

Mejor no hablar de ciertas cosas

E

l `84 no quería pasar a retiro sin antes tener su propia fiestita de Navidad, y la verdad que se lo tenía bien merecido por haber sido un año tan fuerte. Su velocidad, la voluntad de cambio que fue imponiendo con el correr de los días, ciertos espacios de lucha en pos de recuperar tanto tiempo perdido, y fundamentalmente, la lenta agonía de esa dictadura de mierda que ahogó años y gente y que comenzaba a alejarse. Todo eso lo dotó de un peso propio dentro de en un extraño envase de 365 días. Eran épocas para alimentar regresos, para despertar sueños, y hasta para planificar la revancha tan ansiada porque había mucho por saldar, por aquellos que nosotros quisimos o respetamos y que todavía seguían ocultos, quizá para siempre. Pero esto no debía quedar así porque había culpables y responsables esperando por castigos y condenas.

Por ese entonces yo estaba en pareja con Claudia, con ella a veces convivíamos y a veces no, eso se determinaba de acuerdo a la luna. En marzo del `85 ella debía volver a San Pablo para hacerse cargo de una de las empresas del padre, y como su permanencia allá seguramente le llevaría varios meses no quedaba a la vista otra solución que un divorcio racional, simplemente ese fue el juego que se dio. Además mis planes para el nuevo año eran muy diferentes. Tenía buenos contactos como para ir a tocar en muchas ciudades del interior y no podía dejar pasar semejante oportunidad. Por otro lado estaba encaminado el proyecto de hacer un nuevo disco, con todo lo que esto representa: producción, dinero, músicos, arreglos, ensayos, etc. De manera que el nuestro era un divorcio feliz, no estaba ese componente trágico y enfermo que suele acompañar a este tipo de resoluciones. No, acá se hablaba de planes concretos, de deseos a consumar en forma individual, y entonces todo pasaba por otro filtro.

Con todos estos ingredientes a la vista nuestras fiestas de fin de año no iban a ser otra cosa que la celebración de un divorcio de puntos suspensivos.

Lejos de todos y al borde de nosotros nos fuimos organizando. Por el lado de Claudia era sencillo. Su madre, que vivía en Buenos Aires, estaba acostumbrada a quedarse sin Claudia unos meses, aunque ahora se agregaba un detalle jugoso: tenía un nuevo marido, y eso la ocupaba bastante luego de largos años de sequía. Mi caso requería de un tratamiento diplomático, en otras palabras, de mentiras piadosas para con mis viejos. Si con un buen verso todos quedábamos felices, ¿para qué complicar?

Desde la mañana del día de Nochebuena salimos a la calle decididos a hacer acopio, recorrimos almacenes del barrio, fruterías, una granja y un par de supermercados choreanos. Compramos suficiente vino, sidra, ananá fizz, frutas, turrones de maní, pan dulce de Los Dos Chinos, bien bacán, y demás elementos para la ocasión. Claudia adornó la casa a la brasileña, bah, en realidad esto es algo que se me ocurre a mí a manera de explicación, dado la sorpresa que tuve al llegar a casa y encontrarme con el living adornado con guirnaldas, luces de colores, el arbolito al taco, figuras hechas con papel que colgaban de donde podían y frutas de todos los colores, como se darán cuenta este tipo de ornamentación no es nada argenta. Entendí todo mejor cuando ella me explicó que al final de cuentas se trataba de festejar ni más ni menos que un cumpleaños.

Cuatro sahumerios, uno en cada punto cardinal, aromatizaban el comedor obligando a mosquitos blasfemos a realizar hábiles aterrizajes forzosos. Las moscas, más suspicaces, espiaban de reojo desde el otro lado de la ventana mientras hacían vuelos en círculos a manera de reconocimiento. Seguramente las acomplejadas cucarachas del barrio se encontraban agazapadas bajo el cordón esperando por la oscuridad. Las ratas, para no ser menos que los humanos, tendrían su propia fiesta masiva y a precios populares a tres cuadras de allí, en la zanja que va bordeando las vías del ferrocarril San Martín abarrotada de residuos porque ya se notaba la ausencia de los basureros.

Perros y gatos, cristianizados desde hace tiempo junto con los indios, iban acomodándose en sus respectivas mesas mientras se contaban recelos familiares. El gran banquete natural estaba servido y los invitados soltaban, poco a poco, alegrías, gestos melancólicos, recuerdos infantiles y hasta cierta adrenalina navideña. Con semejante cuadro zoológico ante nuestros ojos que nadie vaya a dudar de las reservas ecológicas de mi Buenos Aires querido.

En la cocina estaba la estrella principal de la velada: un pollo a la caipirinha que Claudia venía adobando desde la noche anterior. Se había tomado con mucha responsabilidad, y no es para menos, el hecho de cocinar en un día así.

- ¿Atiendo?- Claudia dudó.

- No, dejá… - Respondí indiferente y seguí cortando el jamón.

- Bueno, puede ser alguien que quiera saludarte… o tenés miedo que sean tus viejos…

- No, no son vigilantes.

- Bueno, no seamos paranoicos, seguro que es para saludarnos.

- Dice que llegó anoche y que tiene muchas ganas de verme... ah, está con un chabón, ¿les puedo decir que se vengan para acá? – Susurró mientras cubría el teléfono.

- Y, sí… está todo bien. - Me conformé de inmediato.

- ¿Te acordás de Mariana, no?

- Sí, la rubia antropóloga…

- … yo soy tan ingenua… mirá si justo vos te vas a olvidar de una minina que está fuertísima.

- Y bueno, che, es mi trabajo…

- Dice que alucinó cuando llegó, que ve a Buenos Aires muy cambiada, pocos canas, sin milicos... mucha gente por todas partes, anduvo por varios lugares y todavía no la paró la policía...

- ¿Y que pasó? ¿encontró un espécimen raro y lo trae para investigarlo? - Pregunté en tono escéptico.

- ¡No seas guacho! me dijo que lo conoció en un boliche, que es músico y tiene una banda. Le pareció muy loco porque le contó que es italiano, que vivió en Inglaterra, pero a pesar de todo eso a ella le parece reargentino, ¿raro no?

- Por ahí el chabón está solo, vio la oportunidad, y le salió con un verso…

- No, debe ser así… porque el tipo tiene un acento medio extraño, según ella.

- Y, bueh…

- Bueno, pero igual yo te quiero agradecer que te hayas copado con que venga Mariana… que no lo sientas como una invasión, mi minino porteñito…- Dijo mientras se colgaba de mi cuello a puro beso.

La pirotecnia navideña comenzaba a dar las doce antes de hora quebrando el aire caluroso del barrio agitado, y pareció que esas explosiones despertaban al bolsón de los recuerdos. Entonces aparecieron en mi memoria aquellas noches de cuando éramos pendejos, cuando recorríamos las dos cuadras que representaban nuestro barrio metiéndonos casa por casa. Ibamos recolectando amigos, chanzas familiares, chistes con doble sentido que aun no podíamos decodificar pero algo intuíamos, o pedazos de pan dulce a los que le sacábamos las horribles pasas de uva, ante el rechazo de todos los mayores. En las casas de los turcos nos devorábamos el jalbá, un postre riquísimo que viene a ser el mantecol árabe. Entre una visita y otra hacíamos estallar nuestro propio arsenal compuesto por triangulitos, petardos, miguelitos, cañitas voladoras, rompe portones y fósforos cohetes. Para los buscapiés teníamos un rito especial: le hacíamos una ronda entre todos antes de encenderlo, organizando algo así como una ruleta rusa para zapatillas.

La melancolía apostada en una de sus naves amenazaba con un sitio prolongado, conociendo el tipo de situación decidí rumbear para otro lado así que me fui para la cocina en donde la cheff marcaba de cerca al pollo a la caipirinha. Me encomendé a una virgen fiada para que la melancolía navideña no pasara por mi cabeza.

Cuando se agachó para ver dentro del horno se me ocurrió hacerle un chiste, una boludez, pero preferí callar. Tenía que ver con el hecho de que cocinaba un pollo y al agacharse mostraba un pavito impresionante, pero bueno, dejé la grasada porteña para otro momento, aunque reconozco que la pensé.

- Flenin… Mariana y Luca… - Claudia nos presentó con un gesto simpatiquísimo.

- ¿Qué hacés, loca? ¡se te ve bárbara…! (qué buena que está, le crecieron las tetas) - te cortaste el pelo y te hace más pendex… - Ella lo festejó - a vos te conozco. - Dije sonriéndole al tipo.

- ¿Así? - Pareció no creerme.

- Del café Einstein, te vi con la banda… (este es del palo, sí, si tiene baranda a fumo impresionante) - El pelado asintió con sorpresa y fue creíble.

- Sos abierto, según veo, acá tenés de todo, man… pero en especial música inglesa… y… rock de acá… tango, ah, música oriental, pero veo que hay pocas cosas yankees… Miraba todas las pilas de cassettes sin perder detalle alguno.

- Sí, como verás me copan mucho los ingleses, y el rock de acá siempre me pareció impresionante, para mi gusto después del rock inglés y del yankee viene el rock argento, hace 20 años que la venimos rompiendo…

- Hay cosas buenas, sí… - No fue muy convincente.

- De los norteamericanos me caben los bluseros y varios músicos de jazz, lo demás me aburre bastante. En general las bandas de rock no me gustan, y las de pop me parecen una cagada. Lo que pasa es que tienen mucha guita y entonces hacen cosas ampulosas, con mucho show, sonido poderoso, pero en el fondo mucho no me convence, deben tener poco para decir, y claro... como tienen todo solucionado. Pero el jazz me cabe, estudié siete años en una escuela de jazz, así que imaginate…

- En parte tenés razón, el pop de ellos es muy careta, pasa que van a la guita…

- Vos sabés que con el cine de ellos me pasa lo mismo, resulta que la producción y los efectos son terribles, pero la trama y el guión no existen, no mandan ninguna, no me parecen creativos… creo que los tipos capos que tienen no son muy yankees que digamos, más bien son hijos de inmigrantes como Scorcese, Coppola, o el ruso Woody Allen… - Le conté mi teoría.

- A mí me gustan los grupos americanos viejos, tipo The Doors, que eran increíbles, Jim Morrison la tenía muy clara… le abrió la cabeza a mucha gente.

- Sí, el tipo era un poeta… pero el grupo en si, no sé… creo que no aportaron mucho, pasa que el chabón era un fenómeno, y como se murió en pleno apogeo entonces se armó toda esa cosa necrológica… ya sabés… (ahora me acuerdo, este chabón canta en la onda Morrison, tiene una voz así... grave)

- En Inglaterra se escucha mucho reggae, mucho Marley, por allá pegó muy fuerte todo eso, es que las letras son alucinantes, Marley era un filósofo, un crítico social.

- Acá recién ahora se largaron un par de bandas, bueno, cuando los vi a ustedes me llamó la atención que sonaran tipo Marley… acá las pocas bandas que curten esa tocan más onda The Police.

- Sí, posta que es así. Yo al reggae lo mamé allá. En Inglaterra llegan muchos negros que trabajan en los barcos, bajan y se ponen a tocar en los bares temas que no conoce nadie, pero matan. Hay bandas negras en las zonas del puerto que rompen todo, les patearon el culo a un montón de caretas ingleses… bueno, después de todo no te olvides que siempre fueron los negros los que trajeron las buenas nuevas, del Blues para acá, siempre fue así… además, el inglés es un chabón al que le cabe bailar, hay un toco de clubes de negros en donde se baila mucho, se toma mucho...

- ¿Cómo se llaman esos tipos que curten reggae?- Pregunté por no mandarme una burrada.

- ¿Vos decís los rastas?

- ¡Esa! - Afirmé - ¿curten toda una onda religiosa, no?

- Sí, les cabió esa, pero son unos pelotudos…dicen que quieren volver a la tierra prometida, que según ellos queda en Etiopía.

- ¿Justo ahí qué están como el culo?

- Eso no es todo: tienen por líder a un chabón llamado Haile Selasie, no sé si lo tenés… que es un fascista de aquellos, un Mussolini de cuarta, un hijo de puta que mató un toco de gente, si los rastas se mandan para allá los va a hacer cagar de hambre... y en cuanto enciendan el primer porro les manda toda la policía.

- Yo no entiendo ese tipo de confusiones. Acá ocurre lo mismo con los punkitos, andan con la svástica colgando y después te vienen con sexo, drogas y rock and roll… y yo ya no sé si la gente es boluda o se hace… ¿sabés qué pasa, dolape? este es un país en donde los nazis estuvieron ocho años bardeando mal, loco, y ojo que siempre anduvieron dando vueltas por ahí, y mientras tanto el rock and roll brilló por su ausencia, la yuta pudría todos los recitales, las drogas se las tomaban ellos, y si hubo sexo es porque nos cogieron a todos, y mal… ¿cómo no voy a estar rayado con los punkitos?

- Y en Europa también, man. Es que toda esa cosa que arman alrededor de un tipo o un símbolo es una boludez, como cualquier religión… ¡fack you!

Aparecieron las chicas cantando en portugués un samba conocido, y no les puedo explicar la cara que puso el pelado al verlas mover las caderas como la mejor puta de carnaval. Claudia me tenía acostumbrado a ese tipo de shock, por eso lo mío fue algo más decente, sólo por eso.

Depositaron en el centro de la mesa el cadáver de un pollo acomodado prolijamente en su ataúd de pírex. Rodeaban al difunto unas papas noisete vestidas a la crema para la ocasión. Ni bien sonó el silbato cada uno de nosotros se dedicó a conjugar en todos los modos y de memoria el verbo banquetear. Les puedo asegurar, y a pesar del tiempo que ha transcurrido desde aquella noche, que aun puedo recordar el impacto que causó ese pollo emborrachado en mi modesto paladar villacrespense. Si hasta la pechuga, mi parte predilecta, gozaba de una humedad desconocida que la hacía exquisita, obligaba a masticar con la lentitud de un monje tibetano, porque daba toda la sensación que sólo a esa velocidad uno podría aprehender su nuevo sabor.

Por los parlantes de mi equipo de audio Los Beatles no se cansaban de repetirme una y otra vez: “she loves to yeah, yeah, yeah…”, los muchachos de Liverpool no quisieron estar ausentes a la hora de los buenos deseos.

- Sie liebt dich, yeah, yeah, yeah… - Cantaba el pelado y nadie entendió un carajo, nos explicó que eso era alemán. Al toque recordé que Los Beatles habían grabado una versión de ese tema en alemán, lo tenía por ahí en un disco pirata.

Luca se anotó un poroto trayendo un par de botellas de vino patero que le había mandado un amigo desde Córdoba y que fueron desvirgadas de inmediato. Tenían una extraña virtud, muy buscada para estas fiestas, luego del segundo vaso ingerido uno pasaba a resucitar en el pecho algunos de sus recuerdos más nobles.

Desde afuera nos llegaban risas en todos los tonos y volúmenes, desde el departamento de arriba, desde el conventillo de enfrente, o de pibes que ya empezaban a copar la vereda. Una euforia poco cristiana se adueñaba de Villa Crespo. Seguramente el barrio hacía su propia interpretación del tema dotando a sus habitantes de una confusión sincera que sólo a través de los años, y alejados de la presión familiar, podemos comprender.

Más de uno, a esa altura del partido, estaba de la cabeza esperando que den las doce gracias a los servicios de los dealer`s que habían trabajado a destajo durante toda la tarde. Mientras tanto nosotros le dábamos duro y parejo al pollo, a las papas fritas y a una verdadera ensalada brasileña que combinaba desprejuiciadamente frutas y verduras.

Miré el reloj y constaté que faltaban sólo unos minutos para la hora indicada, enseguida supe que cuando las campanas de la parroquia de la avenida Dorrego anuncien las doce todavía estaríamos cenando, pero ningún viejo vendría a retarnos, así que seguí masticando y sin culpa.

Me acordé de mis viejos, que son ateos y no me dieron ningún tipo de formación religiosa, pero por costumbre se unían al rito. De tantas noches de Navidad que pasamos los tres solos por tener una familia de mierda con la cual no podíamos contar ni siquiera para caretear las fiestas. Es que cuando yo era chico atravesábamos una difícil situación económica que nos llevó a vivir en un corralón, esto averngonzó a varios familiares que no querían reconocer que algunos de sus parientes se habían caído a la lona. Lo que nunca se les pasó por la cabeza fue venir y ofrecernos una ayuda, o al menos comprensión, si al final de cuentas ellos también venían de cuadros similares, simplemente que lo nuestro se resolvió más lentamente. La opción que eligieron fue no verlo para creer que no sucedía, algo muy argento. Por tal motivo a la hora del brindis nos quedábamos en silencio para escuchar las voces que venían de la casa de al lado, para reírnos de sus chistes e inflarnos de euforia al oírlos cantar: “ya se la tomó, ya se la tomó, y ahora le toca al vecino… tómese otra copa otra copa de vino…” y los tres alzábamos las copas, pero en las miradas nos advertíamos que estábamos solos, sí, pero no dependíamos de alegrías ajenas. Después de las doce los tres salíamos a la calle, la mayoría de los vecinos hacían lo mismo y allí todo parecía mezclarse entre pirotecnia, alcohol y pan dulces caseros. Mi viejo se juntaba con un par de atorrantes como él, padres de mis amigos, y le daban duro al vino, hasta que las madres venían a llevarlos. Era muy cómico ver a mi vieja tratando de arrastrar a mi viejo por el pasillo, mientras éste cantaba algún tango a voz en cuello, mi vieja intentaba convencerlo en voz baja de que se acueste a dormir la mona, pero él insistía con querer cantar y en el baño, porque allí había más acústica.

¡Paf! algo estalló en mi cabeza. Una energía cargada de melancolía de la más pura cepa, esa misma que venía rodeándome la manzana desde hacía varios minutos. Comencé a oír voces desconocidas, traté de individualizar aunque sea alguna entre todas ellas, pero el esfuerzo fue inútil. Tampoco pude identificar lo que decían por que todo era muy confuso. Se notaba, eso sí, una gran carga de agresividad, como si me retaran por una serie de errores graves, por ahí con mucho esfuerzo entendí que cada tanto pronunciaban mi nombre y la palabra no. Ese coro estaba integrado por voces masculinas y femeninas y en general sus tonos eran graves, no fue algo novedoso pues ya me había sucedido en otras oportunidades pero lo que llamaba la atención es que esta nueva aparición era bastante más belicosa.

El miedo comenzó a hacer de las suyas arrancándome, primero, de la mesa, para luego llevarme a los empujones hacia el baño. Escuchaba a Mariana, a Luca y a Claudia hablar fuerte, como cuando uno deletrea cada palabra con el afán de darles mayor dureza a cada una de ellas. Comencé a desconfiar de mis invitados, de la forma en que manejaban sus expresiones, porque me pareció que lo que mostraban sin tapujos era su propio resentimiento y no esa alegría que teníamos en un principio. Lanzaban risotadas salvajes que comenzaron a dolerme en las orejas. Cuando abrí apenas la puerta del baño para espiarlos constaté algo que me puso a las puertas de la desesperación: los tres tenían mi cara, o al menos se habían puesto de acuerdo en utilizar la misma máscara, que por supuesto llevaba dibujada mi cara. Hice un racconto de mis últimas horas llegando a la conclusión de que no había consumido más que marihuana y alcohol, de manera que no era todo esto el producto de un mal flash, no, acá había otra cosa que en ese momento no pude comprender, o al menos si tomé algo poderoso lo hice de forma inconsciente, más de una vez descubrí un ácido en algún lugar sorprendente de mi casa y por ahí me mandé uno sin saberlo. Recuerdo haber pensado en un momento, como tantas veces, que a lo mejor ya estaba así, en estado de locura intermitente, en una de esas no consumía nada pero sin embargo me comía algún que otro flash de tipo residual, no sé, eran instantes de confusión seria.

Caían pensamientos como lo hacen las estrellas fugaces, es decir, no podía saber el lugar exacto de la caída y era inútil correrse hasta allí. Mi centro emocional se hizo cargo de todas las interpretaciones, cada una con su respectivo ardor; cada pestañeo era una diapositiva mostrando momentos vividos que se abrochaban sin coherencia de tiempo ni lugar. Vi mi rostro en el espejo del botiquín y no era el habitual, fue como verlo en su verdadero tiempo cronológico, con todas esas marcas que les puedo asegurar que me sorprendieron. Pero ojo que hablo de marcas, no de arrugas, la piel había sido salvajemente tajeada por alguna gillette que nunca vi y menos sentí. Estaba apoyado sigilosamente sobre una ventana clausurada y desde ella podía ver mis movimientos faciales, ellos eran lentos y de poca variación. Comencé a recordarme a mí mismo, como si fuera conectando cada cable en su lugar y se encendiera la luz correspondiente, esta fue la impresión que tuve. La tensión de los músculos fue aquietándose, logrando de esta manera una postura de movimiento detenido. Las imágenes que iban apareciendo eran relajadas y en ellas se me veía concentrado mirando hacia un lugar determinado. Yo nunca antes había tenido un ensayo de este tipo con el tiempo. La sensación que yo tenía era la de una pequeña eternidad, como si fuera transitando por el sueño y me detuviera en cada mojón a reflexionar. Esto fue más que suficiente para darme cuenta que el instante había pasado, ya había mostrado lo que necesitaba ver, fue el momento de pensar: “lo asimilado, asimilado está; y lo que no ya se entenderá”.

Salí del baño sin saber si el tiempo transcurrido había sido de cinco minutos o de cuatro horas, indudablemente ocurrió lo primero porque nadie pidió ninguna explicación por la tardanza.

Adaptado nuevamente al entorno volví a mi lugar y tomé asiento. Luca ya tenía entre sus manos una de mis guitarras, la acústica, y con un rasgueo extraño se puso a cantar un reggae. Contó que formaba parte del repertorio de la banda y que lo llamaban “No acabes”, lo cual produjo una carcajada generalizada.

Le comenté que me sorprendió su forma de rasguear, que me parecía sugestiva porque iba dibujando huecos que incitaban a marcar el ritmo, de esa forma lograba que nuestros hombros se fueran hacia atrás y luego volviesen con un baile tan festivo como agreta. El tema me pareció de puta madre.

El cielo de Villa Crespo se iluminaba por enésima vez a puro fuego de artificio, creo que las explosiones dialogaban entre sí y hasta armaban allá arriba una joda propia. Algunos perros del vecindario estaban con un trabajo bárbaro ladrando a más no poder, otros se llevaban su propia cobardía e instalaban su buffet de campaña debajo de una mesa o de alguna cama deshabitada.

- ¿Va a ser raro sacar un disco en un país lejano como este, no? digo, porque no creo que unos años atrás hubieras pensado jugar de local en Argentina… - Fui curioso.

- Mirá, uno es local donde está bien. Muchos se fueron de acá a Europa soñando vivir cosas increíbles, sin embargo yo vengo de allá escapando de la muerte. Acá encuentro gente que se toma una ginebra y se larga a cantar… y yo creo que eso es vivir al mango… lo demás… ¡fuck you!

- Sí, por ahí es así… lo que pasa que nuestro flash en otro… - Confesé con pesimismo.

- ¡Vamos a brindar! y como decía la canción de Lennon: “feliz Navidad para el rico y para el pobre; para el blanco y para el negro…”.

- Tomemos conciencia de la importancia de este brindis porque es internacional, ¿eh? acá hay un tano, una brasileña, una cordobesa y un porteño. - Clamé verborrágico.

- ¡Uy, miren lo que encontré en la ventana del dormitorio! ¡debe ser el regalito de Papá Noel! - Exclamó con asombro.

- ¡No me digas…! - Dije, tomándome la cabeza por la emoción.

La carcajada provocada por este Papá Noel del palo pasó a integrar la lista de las mejores explosiones de toda la noche.

Guitarra en mano le propuse a Luca recordar una canción del primer disco de Los Beatles: “¿Quieres conocer un secreto?”. El pelado pronunciaba un inglés perfecto, incluso se notaba que tenía muy bien memorizada la melodía original; lo mío, en cambio, trato de ser decoroso en un inglés villacrespense. Las partes en donde se escucha aquel archifamoso coro ”tururá” quedaron a cargo de las chicas, quienes demostraron tener muy en claro su trabajo.

Después el pelado me pidió que cante algún tango, no me hice desear y al toque salí con “Soledad”, de Gardel y Le Pera, un tema que es una verdadera maravilla, una de esas canciones por las cuales uno daría la vida a cambio de componerla. Pegado a esta canté uno que el pelado no conocía y que le partió la cabeza por el contenido de la letra: era el tango “Muchacho”, del sabio Celedonio Flores.

Como Mariana lo conocía lo fuimos cantando a dúo, la primera parte algo más susurrada, pero en el estribillo nos sentimos más seguros y salimos con esa polenta tanguera que sólo da el alcohol. Además les puedo asegurar que a pesar de la tremenda curda lo hicimos bastante afinado.

Entre el vino patero, la sidra, el champú, y el faso de Santa Claus, íbamos rumbo a una crucifixión segura, y dado el ritmo que llevábamos nadie iba a esperar nuestra posterior resurrección.

- MR Prodán, ¿cómo ve este nuevo año que se inicia, con qué perspectivas lo encara?

- Yo, humildemente le diría que siento que es como dijo un amigo... un tornado arrasó a mi ciudad y a mi jardín primitivo… un tornado arrasó a tu ciudad y a tu jardín primitivo, pero no, mejor no hablar de ciertas cosas…

- Y acá, a mi derecha, tengo a un cantante y compositor criollo, que nos va a hablar sobre sus planes para el `85. ¿gaúcho Flenin, cómo ve el futuro vocé?

- ¿Sabés una cosa? el viernes pasado entré a uno de esos barsuchos del Abasto, ahí sobre la calle Jean Jaures. Me senté junto a la ventana y llamé de una al mozo, le pedí una ginebra con vodka, y ni bien se fue hacia el mostrador yo piré al baño. Cuando estoy por entrar, allá por el fondo del boliche, lo veo al Futuro sentado en una mesa, sí, al Futuro, estaba ahí, en persona, solo, morfándose un platazo de albóndigas con papas y chupando vino de la casa. Tenía en un costado un atado de Parisiennes y un diario Crónica. Me acerqué tímidamente, la verdad que con la intención de sentarme en su mesa, no sé, por ahí me habilitaba con algo y charlábamos un rato. La cuestión que haciéndome el logi me le arrimé, me agaché para tenerlo a tiro y le canté despacito esa canción pelotuda que dice: “el que come y no convida tiene una sapo en la barriga”. ¿y saben qué hizo el chabón? levantó la cabeza con fastidio, tragó, me miró con su mejor gesto de asco y me dijo: ¿por qué no te vas a la concha de tu madre, ortiva?

La clase proletarada va al paraíso

N

o sé por qué pero siempre fui propenso a la amistad con parejas. Hay gente, por ahí, que le huye a este tipo de relación justificándose mediante argumentos respetables. Otros les escapan por miedo a dejar expuesta su eterna soledad. Por mi parte, creo, que además de brindar doble apoyo afectivo, la amistad con parejas hasta puede funcionar como algo cabalístico.

El matrimonio formado por Mónica y Alberto representaba una de mis supersticiones favoritas, quizá por esa razón los visitaba con metódica frecuencia. Por aquellos días se les había dado por organizar fiestas en su casa a las que concurría gente ligada a la militancia política de sectores progresistas, lo cual era beneficioso para mis intereses político-sexuales. En una de ellas voy a reparar dado que significó una noche inolvidable para mí.

Como casi todas aquellas reuniones ocurrió un viernes por la noche. Llegué, y de inmediato fui capturado por un clima universitario que crujía bajo mis pies. Subía desde el piso alfombrado y penetraba por la piel como una aguja de acupuntura. Tanto Mónica, psicóloga, como Alberto, sociólogo, mantenían contacto permanente con los centros de estudiantes de esas dos facultades y de allí provenían la mayoría de los invitados. Ella trabajaba en el hospital Durand, donde era también dirigente gremial. Él cumplía funciones en el Ministerio de Salud y Acción Social como asistente social.

Conocí a Mónica en una reunión de la J.P. En tiempos en que era una asidua estudiante de psicología y en los ratos de ocio contaba que estaba tratando de engancharse con un sociólogo recién recibido y de ideas políticas muy firmes. Con el correr de los días fuimos trabando una gran amistad. Los dos éramos de acción y nos sentíamos movilizados por la necesidad de luchar contra la dictadura. Coincidíamos en simpatizar por el peronismo, pero apostándole más a la gente que a su siempre sospechosa dirigencia o a sus costumbres extrañas. Nos gustaba la gente peronista más que el partido justicialista.

En la noche de la fiesta la casa de los compañeros se había iluminado diría que con un obsesivo fanatismo, rayando en lo vulgar. La puesta en escena era típica de la época, me refiero a grupos de la J.P izquierdosa, gente del partido Intransigente, que eran mayoría; algunos rupturistas del M.A.S., tres del partido Obrero que resultaron más que suficientes, varios alfonsinistas esgrimiendo cierto estado de descomposición, y otros más tímidos en el momento de dar a conocer su ideología. Recuerdo que por ese entonces acunábamos a una recién nacida democracia, hasta que se durmió soportando las aburridas canciones del alfonsinato, de eso estoy “persuadido”.

En la casona de San Telmo sonaba música rockera mechada de a ratos con reggaes de Bob Marley y Peter Tosh. A eso de las doce ya habían llegado a la fiesta una cantidad de invitados suficiente como para armar una buena pachanga en la improvisada pista del comedor. Me dispuse a estudiar la mercadería ofertada constatando su calidad de producto de clase media pensante, vaya uno a saber en qué, pero pensante al fin. En la primer recorrida visual pude observar ese lomo de buen color, jugoso, y prometedor de aquel banquete romano. Colgaba de un gancho en la góndola de los insatisfechos. Cruzamos miradas sugestivas dando paso a cierta cautela necesaria en estos casos, y esto, sin ninguna duda, entusiasmó a ambas partes. I saw her standing there apoyada contra la biblioteca, justo se corrió una pareja y pude verla en su magnitud, allí empecé a tomar conciencia de su condición de potra infernal (es decir, a asustarme). A pesar del golpe decidí invitarla a sacudir las psiquis. Dio toda la sensación de alegrarse y en ese estado caminó unos pasos cortos al mejor estilo de las princesas de los cuentos infantiles. Cuando se vio en medio de los que estaban bailando desabrochó la campera y aproveché ese instante en que bajó la mirada para ser el fisgón más baboso de sus tetas. Con los primeros movimientos entró en ritmo, una vez acomodada soltó amarras, elevó el ancla y me empezó a enamorar.

Ella era dueña de una carita típica de las intelectuales. Su conversación tenía una fuerte carga de seducción, mostrando cierta audacia frente a la cual yo no tenía una estrategia determinada. Este fue el primer porrazo que sufrí. Miraba fijo a los ojos, casi como interrogando, ya sea al hablar o mientras bailaba.

-¿Cómo te llamás?

- Jéssica... - y agregó con sarcasmo - ¿ahora debo preguntar el tuyo?

- Bueno, mire, acá hay un reglamento que cumplir, si por mí fuera no habría problemas... pero yo no decido... sólo cumplo órdenes...

- Acepto, ¿cómo te llamás?

- Escipión, el africano.

- Ah... me pareció verte cara conocida.

De golpe alguien bajó el volumen de la música, entonces escuchamos la voz del anfitrión que simulaba ser un viejo locutor de bailes de carnaval:

- “¡Ladies and gentleman... welcome! queda inaugurada la primera jornada despedida de la utopía que supimos conseguir. Adiós camperas verdes, puloveres peruanos y morrales de campaña, banderas y bares, protesta y creatividad. Coronados de democracia oral vivamos, o juremos con soledad morir”.

-¿A quién conocés acá?- Pregunté curioso.

- A Mónica, trabajamos juntas en el Durand, no en el mismo sector, pero como pertenecemos a la misma agrupación gremial…

- ¿Sos peronista?

- No, estoy en el P.I.

- Ah, el afamado partido Intrascendente.

- Por la obviedad seguro sos de la J.P.

- Soy Anarquista, pero podemos decir que adhiero a cierto tipo de peronismo.

- Uh... eso no sé si es producto de un delirio o una sanata lisa y llana, pero bueno, no tengo ganas de ponerme a pensar, los sábados no atiendo, ¿vio?

- ¿No me digas qué sos psicoloca como Mónica?

- No, no. Lo único que puedo afirmar es que soy mujer... psicoanalista es mí profesión... desarrollar una disciplina no significa “ser”. - Estuvo dura.

- Ah, ya sé quien sos vos... el famoso Flenin... Mónica te nombra seguido, es buena propagandista de tus conceptos... ¿vos sos músico?

- Es mí profesión. Lo único que puedo afirmar es que soy un semidiós...

- Siempre vengo a las reuniones de los chicos, pero nunca te vi.- Estratagema chusma.

- Hoy es mí debut. Pasa que… hasta hace poco vivía en pareja y como a él no le interesaba este tipo de cosas no veníamos, o por ahí nos invitaban a comer y entonces estábamos los cuatro solos, o con los chicos de ellos, pero nadie más. Pero bueno, nos separamos y acá estoy, como dice la canción de John Lennon: “ Como empezando de nuevo”.

- Gracias por la información - Tuve reconocimiento.

- No es nada, que le aproveche...

- “La conducta de la clase obrera argentina ha sido burdamente domesticada por la ideología nacionalista burguesa del peronismo. El famoso componente fascista del peronismo favoreció los intereses capitalistas al frenar las ansias de revolución que avanzaba en todo el planeta”.

- ¡Mató, cumpa... hay que reventar de una vez por todas a esos santiagueños de mierda! - Y gritó - ¡Viva Tucumán, carajo!

- “Te molesta mi amor... mi amor de surtidor...” – Cantaba un pecoso, narigón y de anteojos culo de botella.

- ¡El que te va a surtir soy yo, hermano, cortala con el bajón y tocate un rock and roll, carajo!. - Gritó otro tan aburrido como borracho.

En unos pocos segundos se hicieron presentes todas aquellas broncas disimuladas, los pases de factura y la falsa lucha de clases. El resultado fue una trifulca rápida, cómica y altisonante que repartió algunos golpes sin mayores consecuencias. Por suerte la pronta intervención de Alberto logró calmarlos.

Más de uno sintió vergüenza por la reprimenda, algunos enarbolaron esa disculpa de cabeza gacha que tanto cuesta bancarse, pero nadie se fue, ni tampoco se oyeron promesas de encontrarse en la calle para salvar pleitos, todos aceptaron en silencio que se habían pasado de rosca. Era sólo un capítulo más de la falta de convivencia política. Los argentinos recibimos, desde pequeños, un estricto entrenamiento para combatirnos unos a otros, sobretodo con los que piensan diferente. Es el rol que nos asignó el dueño de esta juguetería.

Cuando la concurrencia pasaba a dar claros síntomas de agotamiento una mina fue hasta el equipo y puso un cassette de Marilina Ross. Volvió a la pista desierta, tomó a su compañera por la cintura y bailaron tan apretadas que calentaba verlas. Parecían exiliadas de una clase de expresión corporal, las denunciaba el infaltable disfraz de estudiantes de danzas que lucían con orgullo: calzas negras viejísimas, medias peruanas caídas con cuidado, suéter largo cubriéndoles con soberbia el culo, y una amenazante mirada de cogedora empedernida. Arrancaron con movimientos lentos, casi arrastrándose, luego aceleraron, detuvieron la marcha de golpe para volver a arrancar de inmediato. Tenían una rutina que conocían muy bien, y ésta era sensual y lésbica, oscura y excitante. Ellas sabían que muchos estábamos pendientes de su actuación, así que no defraudaron.

A todo esto una de mis manos se apoyó sobre la pierna cruzada de Jéssica y marchaba rumbo al paraíso. Me sentí un pendejo tratando de zarparse y eso me gustó, y más me gustó que ella demuestre que lo estaba disfrutando. Qué bueno cuando las mujeres ponen en evidencia sus enormes posibilidades de inflarnos como un Zeppelin. Allí marchaban mis dedos exploradores, ambos los veíamos, mientras nuestras miradas se miraban contándose, en la más absoluta clandestinidad, sus deseos más averiados. Parecíamos añorar viejos tiempos de amores adolescentes, de zaguanes de barrio, de pasillos oscuros y manos valientes. Esto encendió aun más mi vocación manual y me mandé sin vueltas. Era el momento de mostrarse como en realidad queremos que se nos vea, entonces no éramos personalidad sino esencia y ya no miradas sino imágenes.

Ahora en el aire circulan las curvas indigentes del blues, es que estaba ahí una de mis mujeres preferidas: Janis Joplin, revoleando cierta nostalgia agresiva y tierna a la vez. En el centro de la penumbra las dos enamoradas seguían flasheando, danzando como en una cogida lenta, y los voyeurs anónimos agradecidos.

- Pero, che, ni siquiera me dieron tiempo a presentarlos... menos mal que de un tiempo a esta parte vengo hablándole a uno del otro... - Mónica no salía del asombro.

- Bueno, vos también estas hecha una casamentera de barrio... - Jéssica le siguió el tren.

- ¿Y, Jessy... cómo va eso?- Preguntó Mónica desde su estado de curiosidad.

- Happy hours again...

-¿Ven? el idioma inglés está pensado a medida de las mujeres... - Aseguré.

- Why?- preguntó Jéssica con tono concheto.

- Y, obvio: felicidad se dice happy...

- Es que Flenin es un chico muy fálico, diría Freud.- Le contó Mónica a Jéssica.

- ¿Desde qué lugar me lo decís?- Ironicé - ya que abrimos el taller, no sé... hablemos de nuestras demandas, de la posibilidad de desarticular los mitos que nos desvinculan...

- Uy, qué verdugo sos, loco... ¡cortala, por favor! - Jéssica me retó.

- Es mi factor activo de compensación... - Los tres nos largamos a reír.

- ¿Sabés que estuve pensando acerca de eso que me dijiste sobre las conductas humanas?

- ¿Algo en particular?

- Sí, me quedé enganchado con eso de que el hombre es un animal político...

- Ah, sí... es un concepto hermoso para desarrollar. Es la toma de conciencia de que somos animales sociales y no criaturas individuales.

- ¿Sabés que pasa, Alberto? en el mundo de hoy, y como están dadas las cosas, eso se parece más a una expresión de deseos que a una tesis...

- No tenemos que confundirnos, Flenin, los seres humanos vivimos en interacción permanente, por eso es básico centrar la atención en el carácter social de la vida humana. El hecho de que existan pautas no significa que hay una entidad completa de conducta, se pueden tomar elementos comunes, sí, pero, como te decía, tenemos que hacer hincapié en el carácter social...

- Perdonen que interrumpa - Mónica nos encaró eufórica - pero acá tenemos una guitarra y queremos que toques algo... ¿puede ser?

- ¡Sabés qué no me hago rogar con eso! bancame que voy al ñoba, así después el show sale con fritas... .

- ¡ Chau, loco... apagá esa luz, por favor!- Gritó una voz de mujer.

- No se corten, está todo bien... me echo un meo y piro. - Dije en tono inocente.

- Cuando te pires va a estar todo bien... ¿okey?- La que parecía ser más activa me ordenó.

- ¡Qué agreta, loca! - Prolongué mi falsa inocencia.

- ¿Loco, estás meando o te estás pajeando? ¿cuál es la tuya? - Ella pareció hartarse.

- No es mala idea, ¿eh? se las ve muy excitadas y eso erotiza, pensalo...

- Au revoire ma joli voyeur.

Luego de un descomunal esfuerzo de mi parte pude enfrentar la retirada, reducido y con la leche hirviendo.

Volví a la otra fiesta, a la de los que tenían una oportunidad para mí. Tomé la viola y una vez más ella hizo que me sienta protegido.

Al rato presentábamos nuestra propia sección “melanco” cantando temas de Suí Géneris, Moris, Spinetta de todas las épocas, Vox Dei, viejos clásicos de Litto Nebbia.

Luego para calmar mi ego difundí algunas canciones mías.

La gente ya andaba por el piso y utilizaba la pared como respaldo. La castigada alfombra funcionaba como amortiguador. Es que la cosa iba en declive y todos parecíamos colgar de nuestro respectivo cansancio.

Finalizado el mini recital el equipo de audio retomó el liderazgo enviando ritmos marcados y festivos. El pobre aparato ignoraba que iban cuarenta minutos del segundo tiempo y que todos dábamos vueltas en el medio campo reteniendo la pelota esperando nada más que la pitada final. A esa hora el chasis de muchos se notaba bastante deteriorado, ya no habría ni piques ni corridas, salvo algún milagro sobre la hora. Todos iniciaban el éxodo a merced de su suerte: los rezagados, a sus hogares; los esperanzados, a los bares; y por último, el bando ganador, ese se dirigía alegremente en fila india al telo de su zona.

- ¿Sabés qué pasa, flaco? el nuestro, no es un partido político tradicional, ¿viste? con toda esa gama de obviedades… no, el nuestro es un movimiento nacional y popular... “po-pu-lar”, ¿me entendés, flaquito? la gente espera que hagamos lo de todos, pero nosotros reaccionamos de manera visceral, flaquito, porque somos sentimiento puro... en cambio, acá hay mucho careteo psicobolche...

- Perón decía que Dios tiene prestigio porque se muestra poco... y mi viejo dice que Dios es sabio porque no tiene mujer. - Y estalló en carcajadas, por supuesto con risa de boludo.

- Mirá, yo creo que Dios era medio putazo, por eso se atacó con la pobre Eva y al final los rajó a los dos del paraíso. Fijate que botón: mientras Adán y Eva curtían Edén, morfaban fruta de arriba, cogían cuando querían, solcito y pachanga y hacían giladas, estaba todo bien, es más, les daba absoluta libertad; pero cuando se metieron con el árbol de la sabiduría ahí, sí, se puso como loco el chabón. Además... yo estoy seguro que se ratoneaba con Adán.

Fue muy evidente que no les cayó nada bien mi teoría, sobretodo al neuroperonista. Así que saludo uno, venia y su ruta.

De todos los que habíamos compartido el oxígeno y el anhídrido carbónico sólo quedábamos cuatro: Los dueños de casa y nosotros dos. Quizá por tal motivo el ciclo de la mecánica respiratoria se tornó liviano, descomprimido y con un dejo de sanidad luego de una guerra sin cuartel contra el medio ambiente. Ya los rostros denotaban cansancio a la enésima potencia, en especial el de Jéssica que mostraba, sin tapujos, su estado de suspensión. Fueron muchas emociones juntas para su cabeza en tren de “renovación y cambio”. Para colmo debió lidiar conmigo, con esa tremenda energía absorbente emanada desde mi ansiedad que al ver y acariciar a una mujer así seguro complicó las cosas.

- ¿Si quieren, pueden quedarse? no se los ve con ánimo de salir... además está libre la habitación de los chicos... no sé, hagan como quieran... - Y soltó una risa pícara.

- ¡Impresionante! con amigas así... pero vos sabés como es esto: el chabón propone y la chabona dispone...

- Gracias, Mónica, la verdad que estoy arruinada, pero no sé... ¡qué papelón! Estoy un poco desorbitada... tomé demás, estuvimos fumando… ¡qué locura, Moni! bueno, mirá, lo charlamos y vemos...

- Bueno, después no vayas por ahí cuestionando la solidaridad peronista... - Mónica bromeó.

- ¡Y pegue, y pegue Moni pegue! - Canté enfervorizado.

- La verdad que vivía en otro mundo, lejos de la gente. Como si al cerrar el consultorio pasara a otra dimensión regida por un solo tipo. Ahora, aunque te parezca increíble, se me hace costoso relacionarme con los demás, entablar relaciones afectivas, mirar a una mujer sin pensar en que estamos compitiendo. Entre este tipo que me volvió loca, y yo colaborando a las mil maravillas hicimos una tragedia griega. Alfredo es de lo más cerrado, enigmático, con infinidad de trabas y rollos. Habla muy poco, nunca sabés en qué está pensando. La cuestión que me enganché por ahí, con el misterio… y busqué develar su secreto, comprender su historia para luego disfrutarlo mejor... ¡bah! eso era lo que yo me imaginaba...

- Hasta que te diste cuenta que estabas frente a un pelotudo. ¡Estos que la juegan de raros!

- La pelotuda soy yo por caer en rollos así. Si el tipo está enfermo que lo atienda otra, si hasta parece que en vez de buscar un hombre para coparme, busco pacientes... al principio, claro, todo era ¿cómo te fue? o ¿qué querés hacer, mi amor? y la boluda desvalorizada y necesitada de afecto estaba ahí, sin diferenciar eufemismo de romanticismo. Entonces pasa lo de siempre: aparece alguien que te trata bien, que te llama todos los días, que te tiene en cuenta, y vos entrás y te ponés a su merced.

Después, con el correr del tiempo, Alfredo se sintió seguro y entonces fue endureciendo su posición, e impuso ese jodido juego machista: la mujer seduce, el hombre conquista. Y ya se sabe que una vez conquistado el territorio enemigo se pone la bandera al compás del himno narcisista…

- ¡Eh, me parece que te vas de mambo…!

- ¡No, Flenin, yo sé que fue así…! pero un día llegó el acabose: fue cuando Alfredo hablaba a cada rato de su soledad, de su desprotección, de los quilombos con su familia, su historia densa con la madre. La opción era: ponerse en el papel de la amante solidaria, lo cual en ese contexto hubiera sido nefasto para mí… o la otra que se presentó que era renunciar... opté por esto último y se cortó todo... ¡yo sí que me gané, y con creces, el cielo de los inocentes!

- Pero vos cometés un grave error logístico: hay que ser solidario con los que sufren, no con los boludos... ahora, pregunto una cosa, sin ofender ¿eh?: ¿y vos le cobrás a la gente para solucionarle los quilombos?

- ¡Eso es distinto!- Explotó.- En el trabajo se utilizan técnicas, que una maneje cosas de ese tipo no significa que automáticamente quede inmunizada... - Dijo con tono de docente enojada.

- Mirá, Jéssica, ya que estamos tocando un tema tan delicado prefiero aclarar las cosas desde el principio; - (dije seriamente)- yo también tuve historias largas y pesadas en el pasado, y no te las puedo ocultar...

- ¿Qué tipo de historias?- Se sobresaltó.

- Moderna y contemporánea, de Ibañez.

Terminé de desabrochar los botones de la camisa, levanté la vista, y allí aparecieron ellas, libres y libertarias, festejando la ausencia del corpiño. Las miré, me hipnotizaron, con la cabeza acompañé la travesía de los ojos recorriendo la redondez perfecta de unas tetas garantes de excitación permanente.

A todo esto desde la mesita de luz un gatito con botas negras y espada medieval se esforzaba por dar un clima naif, pero nadie acusaba recibo. Miré hacia el techo buscando algún contacto con los espíritus para agradecerle al viejo Freud la entrega de uno de sus mejores alimentos balanceados para libidinosos. Soy ateo pero en estas ocasiones siempre tengo un santo a mano para agradecerle.

Cuando quedamos desnudos el descontrol fue total. Un deseo animal comenzó a atormentarme y ella lo captó al instante; por eso miró fijo al susodicho, que ya estaba atento, redondeó sus labios en el camino hacia él, y cuando llegó siguió ese contorno desprolijo. Primero lo hizo con las manos, luego llegaron como refuerzo dos labios atrevidos y una lengua generosa. Era una fellatio llevada con maestría porque se daba en todos los ritmos. Yo transitaba un estado de permisividad total, estaba cómodo y hasta aproveché para estirarme sobre la cama sintiendo esa boquita pintada recorrer mi lugarcito preferido. Mis respetos a Colón, pero muchachos, ¿qué puedo decir de quien descubrió el placer del sexo oral y lo transmitió entre los suyos?

Estiré hasta el límite el culto al placer efímero, en esa feliz tarea fui ayudado por ella que ya manejaba muy bien mis tiempos. Cuando estuvo todo a punto se incorporó apoyándose sobre un costado de la cama, lentamente se recostó como una puta romana, y así me ofreció todas las tierras de su imperio. Subí sobre ella y trepé a lo más alto. Una vez allí me causó vértigo ver mis pies allí abajo, tan lejos.

La verdad que puse esmero en la cogida, sabía que no estaba frente a un rival cualquiera, porque enseguida recordé el viejo mito porteño que dice: psicólogas, psicoanalistas y afines requieren de un service exclusivo, extenso, y bien organizado, de manera que con toda humildad abrí el manual y lo recorrí desde el capítulo uno.

- ¡Haceme de todo... cogeme fuerte, fuerte... hacé de cuenta que esta es tu última noche…!

- ¡Qué bueno verte bien y en tan buenas manos…! - Tuve que hacer algo por mi autoestima.

- Me encanta gritar, ponerme reloca. El placer debe ser expresado, jamás contenido. - Volvió a reír, pero esta vez más fuerte.

- ¡No me digas “liberación o dependencia” porque acabo ya mismo! - El sexo militante.

Silencio en la noche, ya todo está en calma, el músculo duerme y el chabón ya no trabaja. Instantes después, más tranquilo, tomé una tuca que habíamos dejado sobre el respaldo de la cama y traté de encenderla. Pero como no tuve a la vista una cajita de fósforos me resigné.

Hizo falta un gesto valiente para hacer callar al machista interno que se moría de ganas por preguntar: "¿ y, qué tal, cómo fue? ¿ estuve bien, no?

- Es que hay toda una historia con ese tema, primero tendríamos que hablarlo. Sé que a muchos hombres los enloquece pero también hay una teoría, en psicoanálisis, al respecto, y es interesante... Freud dice que los tipos buscan el coito anal debido a que, de esta forma, reniegan sin problemas de la castración. No ven la vagina, la falta de pene… porque a ellos la vagina les resulta estéticamente repulsiva...

- ¡Nooo, pará un poco, hermana, vos estas de la cabeza! ¿de qué repulsión me estás hablando? ¡asco me da ver esas pijas cuando entro al baño de chabones y andan colgando por ahí! ¡no me jodas!

- ¡Qué grosero!

- ¡Pero vos mandas cualquiera!

- Estas muy equivocado… ¿te explico?

- No, dejá... no me expliques las ideas que a Freud se le ocurrían hace cien años observando a gorditas pequeñoburguesas que no laburaban y tenían todo el día para pensar pelotudeces... seguramente hay cosas ciertas, pero una teoría como la que acabás de decir no tiene nada que ver con nada... ahí el viejo la tiró a la tribuna… te lo digo yo, que soy un vaginócrata de pura cepa.

- Bueno, llegó la hora de la pavada...

- Allá por el año mil ochocientos ocho, había un criollo bastante intelectual para su época, muy amigo de Belgrano y de Castelli, y por posturas diferentes en la manera de actuar crítico de Moreno: era el “ñato Solano”. A decir verdad comentaban que el ñato estaba medio loco. Sus difamadores basaban la sospecha en ciertas historias algo míticas que el ñato contaba. En plena lucha durante las invasiones inglesas Solano fue herido y tuvo que huir hacia las afueras de la ciudad rumbo al sur. Había perdido a todos sus hombres y esto, sumado a la herida en su hombro, lo hundió aun más en el bajón. Anduvo a los tumbos por campos y bosques en los alrededores de Quilmes y allí pasó su primera noche. Cuenta la leyenda que en un momento vio venir algo del río, se pegó un cagazo bárbaro y entonces decidió esconderse tras unos arbustos. Primero pensó que se trataba de una alucinación producto de su delicado estado físico. Pero enseguida pudo ver como emergía de las aguas una figura femenina. La mina se le fue arrimando, como el ñato seguía ahí, duro, se le acercó, la tipa, dándose a conocer como el alma en pena de Afrodita. Pidió disculpas por haberlo asustado y le confesó que nadaba por las aguas del mundo desde la época en que los dioses, cansados de bancarse sus bardos sexópatas, la condenaron a vivir entre los mortales. Pasado el asombro el ñato recordó pasajes de la Ilíada que tanto lo ilusionaron de chico y decidió disfrutar del encuentro. Entonces todo fue pasión, desenfreno y éxtasis. Afrodita le pasó por encima, lo avasalló sexualmente, incluso le reveló secretos eróticos, poses desconocidas por aquí, y trucos de seducción que sorprendieron al ñato. Pero podemos decir que el ñato también mostró lo suyo, ¿eh? después de todo era un amante latino y con fama de calzar grosso. Antes de regresar al río De La Plata, Afrodita, le regaló una concha y le explicó que ése era el símbolo con que se le rendía culto allá en Grecia. Ya en plena despedida le pidió que para recordarla cumpla con un rito singular: debía colocar una concha entre las piernas de cualquier mujer mortal, luego acercar su oreja derecha a ella, y al cabo de unos minutos comenzaría a escuchar la voz del mar y las palabras de amor de su alma en pena. El ñato, que era tan poeta como pillo, tergiversó la revelación a gusto y conveniencia, y cuando regresó a Buenos Aires empezó a perseguir a cuanta mujer tuvo a mano. Dicen que se la pasaba recostando mujeres a las que le levantaba la pollera con el cuento de escuchar la voz del mar. Más de un marido lo buscaba para cagarlo a palos. Cuando Solano fue nombrado asesor de Saavedra pidió un trato especial para con las damas de parte de los criollos. El propio Saavedra tuvo que contenerlo porque quería reglamentar el reparto de conchas entre la población y hasta poner día y hora para la ceremonia de la escucha. Para esto contaba con el apoyo de Belgrano y no se sabe como lo convenció a Castelli para que, al menos, se haga el boludo. Con el desbole de la época y el fragor de la revolución se dejó el proyecto para más adelante. Mucho tiempo pasó y sin embargo la leyenda del mensaje de Afrodita seguía en pie. En el momento en que Rosas es nombrado gobernador la gente de Buenos Aires, que tenía un gran respeto por Solano, volvió a pedir por aquella vieja idea del ñato: que el primer viernes de cada mes se festeje el día de la concha. Fuera de joda, Solano era un tipo famoso, el tipo recorría las pulperías contando historias amorosas de los revolucionarios de mayo, sus secretos romances con damas de alcurnia, chismes de alcoba de los patriotas, las crónicas de bravas batallas frente al invasor inglés, y como el ñato tocaba la guitarra se fue transformando en un verdadero showman de aquella época.

Tiempo después, y a manera de homenaje al ñato Solano, se empezó a llamar concha a la vagina porque estaba la creencia de que entre las piernas de cualquier mujer se escuchaba el ruido del mar. Como ves, la sabiduría porteña no conoce límites. Por eso insisto una vez más: Freud fue un gran ingenuo, ¿cómo va a largar una teoría sobre el hombre sin haber vivido en Buenos Aires? andar por ahí hablando de los tipos sin conocer a los argentinos, sin una encuesta en la mano con las opiniones porteñas... no es serio, el viejo fue un irresponsable. Eso de la castración, no sé... si Freud hubiese conocido la historia del ñato seguro que otro sería el comentario.

- No sé de dónde sacaste esa historia, pero me gustó. Podrías dar charlas sobre mitología porteña en la facultad de Psicología…- Propuso con tono inocente.

- No creo, ahí son muy prejuiciosos…- Respondí con soberbia.

Jéssica, agitada en su propia tormenta, cubrió mis orejas con las palmas de las manos, tensó sus piernas e infló las tetas. Mientras mi saliva se disolvía en sus jugos sentí una extraña explosión. Abrí los ojos, y vi que la materia no era sólida, era energía pura. Sin dar respiro se presentó ante mí el hidrógeno. No van a creerme pero esa conchita generó calor en su núcleo transformando hidrógeno en helio.

No quise engancharme, así que decidí seguir con lo mío. Mi lengua entró un poco más y eso me permitió recorrer esos labios palmo a palmo, pero de pronto vi que allí estaba dando vueltas el litio. Como verán todo se transformó en una verdadera locura y dentro de ella yo estaba hasta las manos.

Algo tan ajeno como cercano me hizo evolucionar, entonces fue el momento del carbono. De golpe la cama comenzó a enfriarse mientras despedía ciertos gases que ascendían para luego fusionarse. No piensen mal, eran gases de verdad. Como por arte de magia una lluvia emocional llevó vapor de agua por mis sienes y chorreando llegó hasta Jéssica. Yo continuaba introduciéndome sin pausa, mientras ella permanecía en posición curva por la materia y la energía que contenía. La superficie de su concha poseía un área finita, careciendo de bordes o límites, lo supe cuando giré en torno a ella y para mí sorpresa no me caí. Era como una dirección del tiempo perpendicular al tiempo real, algo así como un tiempo imaginario. El agujero negro giraba y giraba, entonces me precipité por un pequeño orificio en el espacio - tiempo y sentí la atracción de una fuerza tremenda que me llevaba más allá de lo imaginable, nunca entendí como esa fuerza no arrancó de cuajo algunos trozos de mi cuerpo porque era casi incontenible. Nunca pude establecer si ese tironeo deshumanizado que sufrí duró segundos, minutos, u horas, fue como si de pronto el tiempo hubiese quedado colgando de un techo penando por su estado de suspensión. Como por arte de magia femenina aparecí en otra región. Mucho tiempo después quedó claro que fue el agujero blanco quien me despidió, lo hizo con la misma violencia con que fui arrancado, mi amigo Carlitos “Software” me lo confirmó.

Caí sobre una vieja callecita rodando sobre el empedrado desparejo. Fui a dar contra el cordón de la vereda y allí me quedé unos segundos. En medio de aquella sinrazón tuve una alegría porque todo me llevaba a pensar que la conspiración ya no era una serpiente hipnotizándome, de manera que podría soñar con el regreso a una vida sencilla. De inmediato logré ponerme de pie a tiempo que leía carteles escritos en un exótico idioma. Miré con cuidado el lugar comprobando primero su antigüedad, luego su calidad de pintoresco, por último la lejanía de todo lo conocido por mí hasta ese momento. Diría que era un lugar casi artesanal recordando a cualquier típica postal navideña europea. Otra vez me preocupé.

Caminé unos pasos cortos con el permiso de una paranoia inexorable, pero a los pocos metros me detuve frente a un letrero curioso en la vidriera de un negocio. No logré descifrar la frase pero sí me vi invadido por cierta melancolía porteña. Una sombra espesa cae sobre el cartel dificultándome la lectura, insisto y allí puedo constatar que tiene dos palabras.

Resigno la primera pero me animo con la segunda y a pesar de las letras complicadas creo entender que dice Viena. ¿Viena, Austria? Allí me asusté en serio.

Percibí el estómago contraído, con una sensación que ascendía hasta transformarse en temor asfixiante.

- Quiero ir a Buenos Aires ¿cómo hago?

- ¡No, pibe, por ahí no paso más! - El viejito fue lacónico.

- Pero entonces lo conoce... mire, yo no sé dónde estoy parado, me pasaron un toco de cosas que usted nunca entendería si yo se las contara, no se imagina todo lo que me pasó en un ratito. Pero, bueno, mire, mi deseo no es estar acá, tengo que zafar de alguna manera y ahora mismo. Abuelo, no me corte el rostro... escúcheme aunque sea cinco minutos... sí, ya sé que usted es un simple chofer de colectivo, pero en Buenos Aires tomamos un taxi y lo contratamos como psicólogo móvil, téngame paciencia, estamos mal acostumbrados…

- No sé, haga como quiera, pero yo allá no vuelvo más. Siempre lo mismo… ni bien llego me escriben todo el colectivo, es una vergüenza, cada uno pone lo que se le canta el culo y después cualquier gil viene a decirme que yo no sé para dónde voy, que tengo tantos ramales que confundo a los pasajeros y mil críticas más... ¿y sabés una cosa, pibe? ya estoy viejo para esos trotes, me cansé de pelearme con todo el mundo, de discutir por prejuicios con otros choferes, de putearme con los peatones en cada semáforo. Si voy a Buenos Aires es porque la extraño, pero eso sí, iría disfrazado de marino y pondría un negocito en el Once... tanto como para que los paisanos no renieguen de mí, nada más.

- Si supiera, viejo... estaba con una mina que era mi gloria... nunca podré explicarme qué carajo pasó. No es que me quiera poner en víctima, entiéndame ¿pero por qué tanta mala leche, viejo, por qué? ¿qué hice yo para terminar así? disculpe que siga enganchado en lo mío y casi no lo escuche, pero me perdí una mina espectacular…

- Sentate pibe... quedate tranquilo, si querés podés recostarte, hasta podés mirar por la ventanilla, ¡mirá cuántas lindas chicas caminan por acá…!

- Ahora vas a descansar en un sueño profundo, mirá el reloj y dormí a través de el. Todo duerme ya, vamos a despedirnos, no dejes de seguir el movimiento del reloj con la mirada.

Vos relajate, acordate de esas cosas que realmente son las tuyas. Vas a ver que cuando despiertes estarás en manos de ella... disfrutalo, vos que podés…

- ¡Uy, viejo, joya! pero mire, le prometo que nos vamos a encontrar alguna vez... más tranquilos, nos tomamos un cafecito, no sé, ahí por Corrientes y Pueyrredón, ya que va a andar por el Once, o donde usted quiera ¿eh? hasta podemos jugarnos un partidito de billar… ¿usted la debe mover bien, no?

- Y, tengo lo mío…

- Usted tiene una cara de atorrante…

- Shhh, ahora tranquilo…

- Perdonemé todo este quilombo que le traje, pero me perdí y aparecí acá... ¡qué sé yo qué carajo pasó! ¿no le dije? estaba con una mina y de golpe se pudrió todo… no sé, empecé a alucinar con cosas químicas, de física…¡justo yo, que de eso no entiendo una mierda…!

- Bueno, pará un poco de hablar, por favor... ¡estos porteños! por favor, pensá ahora nada más que en volver...

- A propósito, no me dijo cómo se llama, viejo.

- En el barrio me dicen Sig, no lo olvides...

- ¡Por supuesto que nog!